jueves, 17 de septiembre de 2020

Carta a mi ex mejor amigo…

Bueno, he aquí la despedida que nunca leerás…

Si supieras el cambio que produjo en mi vida ese domingo 30 de diciembre, te darías cuenta lo mucho que te quiero y te extraño… Después de casi dos años desde aquél fatídico día, nos convertimos en un par de desconocidos, después de haber compartido una amistad incomparable por más de 12 años… ¿Los motivos?... no van al caso, lo importante y con lo que me quedo, es que tuve la dicha y el privilegio, de haber tenido un amigo como tú: leal, sincero, apañador, divertidísimo… un partner con todas sus letras.

¿Recuerdas cómo comenzó?... la verdad es que mi memoria es tan mala que sólo recuerdo cuando nos comenzamos a tratar en el segundo año de la carrera. En un principio éramos un grupo de 4 y luego por circunstancias de la vida, Juan y Daniela tomaron otros caminos, y ahí fue justó cuando comenzó nuestra amistad. 

Recuerdo cuando te molestaban porque eras mayor que la mayoría de nuestro compañeros, y porque tenías una incipiente “pelada” (se te estaba yendo la gente del estadio, como se dice) que se hizo más presente con el correr de los años. Siempre lo tomaste con humor, aunque nunca tuve claro si era un tema para ti, porque pucha que eras vanidoso.

Al principio éramos “yuntas” en la universidad y algunas veces “estudiábamos” en mi casa; y digo “estudiábamos” porque más de una vez terminamos haciendo torpedos, conversando o comiendo algo rico. ¿Recuerdas esa vez que te corrí de mi casa?... llevaba horas haciendo un torpedo y sin querer lo borraste, yo estaba indignadísima… si tuviera la sabiduría que tengo hoy, jamás lo hubiese hecho, es más, te pediría que no te hubieras ido ni ese día, ni nunca.

A medida que pasaban los años, nuestra amistad se tornó más profunda, una muestra de ello fue cuando me confesaste que eras gay; yo lo intuía, pero ese día me lo confirmaste. Sentí alegría... ¿Sabes por qué?, porque se necesita valor para confesarlo, y sentí que yo era importante en tu vida, sentí que después de eso, no existían secretos entre nosotros y que todo sería distinto a partir de ese momento. 

Ahora puedo confesarte que odiaba ir de compras contigo, te demorabas horas en cada tienda, al final, terminaba diciéndote que todo te quedaba bien, porque a pesar de que te sentías guatón, todo te quedaba bien; tenías un gusto exquisito para lo relacionado con la moda y la decoración, incluso me ayudaste a decorar el que ahora es mi hogar.

Mi familia te amaba. Para que decir lo agradecidos que siempre estuvieron mis padres contigo, no cualquiera sabe lidiar con una persona como yo, y vaya que tu supiste hacerlo. Es más, sacaste lo mejor de mí: la alegría, el disfrute por la vida, ser más arriesgada, hacer nada y pasarlo estupendo, éramos como el dúo dinámico, no había quien nos frenara cuando estábamos juntos, éramos verdaderos cómplices, incluso algunos llegaron a pensar que éramos pololos, de hecho más de una vez tu pareja se puso celoso.

No sé si alguna vez te lo dije, pero me enrabiaba cuando para ti todos los problemas tenían solución, mientras yo me ahogaba en un vaso de agua. Para ti la vida era un carnaval, no sólo decías que había que gozar la vida, sino que también lo hacías, y lo hacías siempre, incluso trataste de traspasarme eso, no fui muy buena alumna, pero créeme que recuerdo muy bien esa maravillosa cualidad.

Fui la mujer más feliz del mundo cuando te fuiste a vivir conmigo. Primero partiste quedándote unos días, y ya después te pedí que te mudaras conmigo, ahí empezó lo mejor.

Nuestras vidas eran perfectas, tal vez demasiado... para mi eras la mitad de mi mundo y más. Si me hubiesen dicho en ese momento que nos distanciaríamos, jamás lo hubiese creído, pero vaya como nos sorprende el destino, lo que tan imposible veíamos, se tornó en realidad-

Éramos una familia. Nos acoplamos casi de inmediato. ¿Recuerdas nuestra rutina?... yo te despertaba a las 5:30 para ir al gimnasio. Íbamos con los ojos pegados, pero llegaba un “gatito” (como le decíamos a los hombres guapos) y se nos salían los ojos como huevos fritos. Regresábamos a casa y nos preparábamos para ir al trabajo; tú te quedabas en la calle Enrique Foster y yo continuaba mi camino a la auditora. Rara vez no hablábamos durante el día, porque cada cosa que me pasaba, eras la primera persona en saber, en darme consejos, o simplemente en escucharme.

En las tardes nos encontrábamos en la banquita que está en la esquina de la calle Apoquindo con El Bosque. Hablábamos todo el camino de regreso a casa, recreábamos la vista, y salivábamos con el olor delicioso que emanaba de los restaurant, sufríamos porque vivíamos tratando de hacer dieta, la que nos duraba hasta que pasábamos a comprar al Unimarc de Escuela Militar. 

El carro era dualidad: por un lado llevábamos quesillo, fruta, leche, verduras, y por otro papas fritas, chocolates, nuggets y cualquier antojo que se nos pegaba. Llegábamos a casa, nos cambiábamos ropa y preparábamos comida que disfrutábamos "echados" en la cama viendo alguna teleserie o una serie. Nos costaba concentrarnos, porque siempre teníamos tema de conversación, o simplemente nos quedábamos dormidos. Recuerdo cuando roncabas y yo moría de la risa, con los saltitos que daba al reírme quedabas estampado en el techo (palabra que usábamos cuando algo irrumpía y nos asustaba)… realmente, éramos una familia.

Era tanta la confianza que te tenía, que sabías todas mis claves. Sabías cada detalle de mí, incluso de cosas íntimas, de hecho nunca tuve problema en cambiarme de ropa delante de ti cuando me asesorabas con el vestuario, porque como te dije antes, tenías un gusto y sentido de escenario envidiables. Te conté muchas vivencias que en mi vida se me hubiese ocurrido contarle a alguien  más, y estoy segura, que todas ellas, están seguras en tu mente y en tu corazón.

Ya hace 4 años dejamos de vivir juntos, prácticamente nos veíamos de pasada; pero aunque pasaran días, semanas, incluso meses sin vernos, cuando nos encontrábamos se armaba un carnaval de risas, y nuestras lenguas no paraban, se nos llegaban a adormecer, lo recuerdo muy bien, espero que tú también lo recuerdes.

Cuando conozco "posibles amigos" inevitablemente los comparo contigo... sé que no debería, pero no puedo dejar de hacerlo, y llego siempre a la misma conclusión: tener una amistad como la nuestra no lo vives todos los días, algunos ni en toda su vida... eras ese amigo con el que me sentía feliz con el sólo hecho de saber que formaba parte de mi vida, con el que podía hablar horas, con el que cuando peleaba, sentía que pasaba una crisis matrimonial, así te veía, como mi pololo sin abrazos ni sexo, porque nunca fuiste muy de piel (aunque yo sí), el cariño y la contención la demostrabas de otras formas, yo sabía que los abrazos no eran lo tuyo.

Gracias por sacarme las mejores sonrisas, por hacerme reír con tus tonterías, por dejarme ver tu lado más sensible y desconocido por el resto. Siempre serás el amigo que todo el mundo debiera tener en su vida, porque realmente eres sorprendente.

Te quiero, prometimos ser siempre mejores amigos… ¿Los recuerdas? Ahora ya sé que el “siempre” fue sólo una palabra más del diccionario, que nada dura para siempre y que todo tiene un final.

Con amor, la chica que solías llamar “Gatita”