miércoles, 31 de agosto de 2022

Un Ángel llamado Chico


Recuerdo ese 18 de Febrero de 2021 como si fuese ayer… ese día tuvimos que realizarle la eutanasia a nuestro querido perrito “El Chico”; y recuerdo aún más las palabras que mi hermana Pau le repetía: “Cumplí la promesa que te hice mi niño… te dije que no dejaría que sufrieras”… mientras su mascarilla se empapaba de lágrimas y sus lentes se empañaban de dolor. Ese día, mi familia y yo pasamos por uno de los peores momentos de nuestras vidas: la muerte de nuestra querida mascota, aunque no fuiste una, siempre fuiste un integrante más en la familia.

Recuerdo su cuerpo frágil, su diente coqueto (para los que vieron la película “Olé el viaje de Ferdinan”, es como Lupe, la cabra) y su mirada perdida, momentos antes de que su corazoncito dejase de latir… compartimos 17 años, los que para nosotros fueron como un suspiro, espero que para él también lo hayan sido.

Tal vez nunca lo supo, pero llegó para salvar vidas, para llenar espacios, para alegrarnos, su sola presencia sacaba carcajadas y para que decir su compañía, esa compañía que en momentos de tristezas eran el mejor consuelo…


Nos hubiese gustado darle una despedida como se lo merecía, pero no nos dió tiempo… llevaba dos días decaído y esa mañana que pasé a saludarlo estaba escondido en medio de dos maceteros «dicen que cuando los perritos se esconden de sus amos es porque no quieren que los vean morir» fue lo primero que se me vino a la mente. Ese día no salió ladrando ni corrió a saludarme como siempre lo hacía. Se quedó recostado apoyando su cabeza en sus patitas, presentí que la vida de nuestro Chico estaba llegando a su fin. Me acerqué poco a poco para no asustarlo pero no se movió. Le grité y aun así no reaccionó. Rápidamente llamé a mi hermana, lo tomó, pero su cabecita cayó por entre sus brazos… por unos segundos pensé lo peor… milagrosamente su corazoncito aún palpitaba.

 

Mi hermana entre lágrimas y desesperación, decidió llevarlo al veterinario. Las cuatro cuadras hasta la clínica fueron una eternidad. Lo atendieron casi de inmediato. El diagnóstico fue categórico: parvovirus fulminante… la doctora nos dió dos opciones: realizar la eutanasia o dejarlo hospitalizado y esperar una muerte natural sin saber cuanto podría llegar a sufrir… ya de sólo escuchar las palabras parvovirus y eutanasia un aire frío recorrió mi cuerpo… en esos segundos mi mente divagaba… como nuestro Chico, el perrito más inteligente e invencible del mundo, podía estar en esta situación… no lo podía creer… mientras corrían las lágrimas por mis mejillas, porque sabía perfectamente la decisión que tomaría mi hermana, para ella el amor es parte del dejar ir y para quienes la conocen saben el amor inmenso que ella siento por sus tres hijos perrunos.



Yo sentía que te faltaba tanto por vivir… tantos palitos por comer, tantos paseos, tantos punteos a tu osito regalón, jugueteos con las mosqueteras, risas y amor por entregarnos... Quisimos estrujarte hasta el último… fuiste tan perfecto Chico, tu alma era pura, humilde, tus ojos transmitían tanto, no tenías sólo la típica mirada “tierna” de un perrito, la tuya transmitía paz, sabiduría y una calma inusual… 


Vuelvo en sí mientras escucho a mi hermana decir –Ya doctora, es la promesa que le hice a mi niño, procesa- mientras todos llorábamos… porque a pesar de que sabíamos que era lo mejor para él, eso justamente no es un consuelo, la pena nos invadía. Los recuerdos afloran en ese momento.. los más bellos: como odiabas viajar en auto, no dejabas de jadear (como lo odiábamos pero que hoy daríamos todo por sentirlo sólo un minuto). Comías helado de los del Alex, un lengüetazo para ti y otro para mí. Cuando llegabas al negocio con tu caminar tan de divo y todos te saludaban como si fueses el dueño. El diente coqueto que de ninguna forma podías ocultar. Lo lento que comías, nos desesperabas, las niñas terminaban y tu a los 10 minutos lo hacías recién. Como te gustaba que te rascáramos la oreja... lo disfrutabas!!. Pero verte en la camilla tan indefenso nos partía el corazón. Luego que le aplicaron unas inyecciones, nuestros chico se iba apagando poco a poco… todos le tomamos una manito o una patita, su corazoncito latía cada vez más lento, su cuerpo se empapaba de nuestras lágrimas, lo colmamos de besitos, y le repetimos una y mil veces cuanto lo amamos y cuan feliz nos hizo, que estaríamos bien, que siempre lo recordaríamos, que cuidaríamos a sus niñas, que cumplió con creces su misión en la tierra y que al mirar el cielo la estrella más brillante sería él… Nuestro pequeñin quedó enterradito junto a su osito regalón en casa de mi madre.



El famoso “Chico”, conocido en Ovalle entero era todo un personaje, incluso llegaron a confundirlo con el perrito de Lipigas. En la calle más de una vez escuchamos decir “mira el perrito de Lipigas”; hasta foto nos pidieron con el joven chico. Era todo un divo… mi hermana le tenía un closet. Desde  chaqueta Harley Davidson, bata de levantarse, pijama, traje de huaso, polerón Adidas, hasta zapatillas, cosas que hace 20 años eran impensables, aunque no para nuestro chicuelo, aunque debo reconocer que las detestaba pero que a nosotros nos causaba tanta gracia, y a pesar de sus genes tan poco “agraciados” se veía todo un caballero… posaba como ningún otro… único en su especie…






Tenía toda una rutina cuando vivía en Ovalle, en las mañana bajaba con mi mamá a Gonart a “trabajar” con ella, a veces se quedaba en su oficina o se iba al empaque con las niñas. A media mañana había que sacarlo a pasear para que hiciera sus “necesidades” para seguir trabajando, mi mamá decía que su labor en el negocio era de “guardia de seguridad”, la verdad no sé a quién podría haber espantado pero bueno… dejémoslo así.  Y en las tardes iba a sus tardes recreativas con la amiga “Flor”, nieta de una amiga de la familia. Así que con su chofer y auto personal, el joven Chico emprendía todos los días rumbo a la casa de “Flor” a pasar la tarde y mi mamá lo pasaba a buscar luego que cerraba el negocio. Vida social no le faltaba al Chico.

¿Estás por ahí Chico?... quería que supieras un par de cosas para que veas la huella que dejaste en mi corazón… ¿Sabes cuánto ayudaste a mi hermana?... ¿recuerdas cuando le detectaron cáncer de piel y estábamos todos devastados?, tú te fuiste a vivir con nosotros a Santiago, fuiste lo mejor que le pudiste pasar a ella en ese momento (obvio que a mí también)… fuiste su fiel compañero, su motivación, prácticamente su hijo, le diste el consuelo, fuiste la terapia que tal vez ninguno de nosotros hubiese podido darle, y ¿sabes chico?... eso te lo estaré eternamente agradecida… me imagino que desde el cielo la sigues cuidando y también me imagino que Dios te cuenta que ya está mejor, que desde ya hace un tiempo está dada de alta y que tenemos Pau para rato!!!!... GRANDE CHICO!!!!

Te quiero agradecer otro gran regalo que me diste y que cambió mi vida por completo… tu hija Julieta… alias “Gorda Yuli”. Gracias al descuido de tu primera mamá y que tu bien supiste aprovechar, saliste con ooooocho domingo siete, y uno de ellos fue mi negra sexy… así como tú fuiste un pilar fundamental en la Pau, Julieta lo fue para mí. La razón de estar de ustedes con nosotros, fue salvarnos... salvarnos y llenarnos la vida de alegría, risas, lengüetazos, paseos y de amor.


¿Sabías que lograste un milagro inesperado?… mi mamá y mi papá aceptaron tener a un perrito viviendo dentro de la casa!!... así como lo oyes… De cientos de perritos que hemos tenido tú fuiste el primero que tuvo ese privilegio, aunque tú misión era otra, tu debías ser el “timbre” en la casa, si escuchabas ruidos debías ladrar para que los perros grandes te siguieran, pero no! tenías que darnos pena y no pasó de la primera noche cuando con mis hermanos te acogimos en una de las piezas y de ahí no te sacamos más. Eras tan pequeñito, que por eso te llamamos “Chico”. Ya ni recuerdo cómo fue que mis papás aceptaron que te dejáramos viviendo dentro, creo que fue porque eras tan humilde, tan gracioso y educado que no había quién no te amara, si hasta podías ir a comer con nosotros y te quedabas muy sentadito en una de las sillas con tu perita apoyada en la mesa… eras una belleza!! Como decía mi mamá… ¡taaan beeeello, quién lo hizo tan beeello!....


¿Te acuerdas que la Pau te daba de almuerzo osobuco?, pero tenía que ser con la médula revuelta, sino no te lo comías, olorosabas la comida y quedabas mirando. Viste Chico que revolucionaste nuestras vidas?... tan re Chico y tantos cambios que hiciste, ahora las niñas (Julieta y Antonia) gozan de todos esos privilegios, no sabemos si te extrañan, o si te extrañaron alguna vez, pero estoy segura que cuando fueron los tres mosqueteros fueron felices, se amaron, se cuidaron y sin duda tú fuiste el mejor compañero que la vida les pudo dar.


¿Te cuento algo?, Hice un retrato tuyo y de las niñas (Julieta y Antonia), y está justo en la mejor pared de mi hogar, lo mínimo que se merece una cosita tan top como tú! Y lo último que quiero que sepas Chico es que fue un honor haberte tenido entre nosotros, que siempre pero siempre te añoraremos pero te recordaremos con una gran sonrisa y que te amaremos con todo nuestro corazón…


"El único defecto de los perros es que sus vidas son demasiado cortas."

                                        Agnes Sligh Turnbull

 

martes, 23 de agosto de 2022

Brindo por mi familia


Desde que tengo uso de razón, sagradamente y sin motivo alguno, nos reuníamos todos los domingos en casa a disfrutar en torno a un asado, pero lo mejor de esto eran los preparativos, pues cada uno tenía una tarea asignada. Mi familia de cuna éramos sólo 5: mis padres, mi hermano, mi hermana y yo; en cambio la familia del corazón siempre al menos se duplicaba. 

Recuerdo que las tareas del colegio por hábito se debían tener listas el sábado; el domingo era el día sagrado para compartir en familia, para conversar lo que en la semana por tiempo se postergaba, para romper la dieta y para reír hasta que nos doliera el estómago, porque la risa era lo que primaba en ese… mi día favorito…

Todo comenzaba el día anterior. El “maestro” (personaje que desempeña labores de carpintería, jardinería y mecánica en casa) dejaba el carbón al lado de la parrilla, ese era el comienzo. La carne se compraba el día sábado en ese entonces famoso supermercado “San Juan”. Algunas veces se compraba el favorito de mi papá: el asado de tira, otras veces la  punta picana, la palanca, el entrecot, carne para preparar fierritos, pollo, las famosas ñañas pero que pucha que costaba encontrar, aunque sin lugar a dudas, la más deseada de todas era la carne de cordero (de los que criaba mi padre).

El día domingo ma-dru-gá-ba-mos, le hago hincapié porque nadie en su sano juicio puede levantarse un día domingo a las 7:30, yo me imaginaba a todos mis compañeros durmiendo, menos nosotros, los González Boric… en fin!. El desayuno por lo general se tomaba en cama viendo un poco de tv, que en ese entonces el único programa para sintonizar era “El pabellón de la construcción”; no podíamos regodearnos porque sólo teníamos cinco canales, de los cuales en tres aparecían las líneas verticales de colores. Luego de eso, cada uno se iba a comenzar con sus tareas designadas.

Las mujeres partían a la cocina. Eran las encargadas de hacer las ensaladas. El infaltable pebre, las papas mayo con zanahoria (con mi hermana nunca entendimos porque no las hacían con arvejas), las habas con cebolla pero peladas (la que le tocaba pelarlas quedaba con las yemas de los dedos “tignadas” de negro, pero así son los gustos simples de los González Boric), la completa Barraza (ensalada que conocimos en un restaurant y quedamos fascinados, consiste en lechuga, tomate, cebolla… más que simple), el aclamado arroz cocinado por la gran “Chica Lidi” -una de las viejitas más importantes en mi vida que llegó a casa un día a pagar una letra de Gonart, no se fue más así que ma pasamos por la libreta-.

Luego venía la preparación del aperitivo. Por tradición no podía faltar el famoso pisco sour… pero no cualquier pisco sour, tenía que ser con la medida 133 como el número de los carabineros: una medida de limón, tres medidas de pisco y tres cucharadas de azúcar flor (actualmente es reemplazada el azúcar por una medida de goma); y por supuesto, con su apoteósico picoteo, empanadas o choripanes, así que comprenderán que el día lunes la retención de líquidos era inminente.  Mientras se preparaba todo esto, el café y la conversa eran el toque especial…

Mi padre era el encargado de preparar el asado… esa era su labor. Recuerdo que tenía su técnica, nada era al azar. El carbón que se usaba tenía que ser de espino. Para encender el fuego se armaba una especie de ruca alrededor de una botella cubierta con diario, al que llamábamos “maraco”. Nunca supe porque ese nombre, sólo escuchaba, “préstame papel para hacer em maraco” “traigan el maraco”... El famoso “maraco” era una botella de vino que se cubría con papeles de diario “amuñados” y eso hacía que el fuego prendiera y agarrara como coloquialmente se dice, porque JAMÁS se usaba secador o algo por el estilo, eso sí que era un pecado mortal. Luego se desparramaban las brasas cuando el carbón tomara el color rojo y no salieran llamas, después de todo ese ritual se instalaba la parrilla. En ese momento los primeros vasos llegaban al dedo chico y las empanadas o choripanes era los invitados más esperado.

Mi padre ponía la carne a la parrilla con la siguiente regla de oro: la carne había que darle la vuelta cuando comenzaba a sangrar y ahí sólo ahí, se le aplicaba la sal por el lado tostado. A la hora se le daba la vuelta nuevamente y se aplica la sal por ese lado, se dejaba hasta el punto justo que con tanta práctica ya se lo sabía de memoria, a la mayoría nos gustaba más bien tres cuarto, a excepción de mi hermana que le gustaba a punto.

Llegaba la hora en que la carne estaba lista y todos exclamaban:

-        -Uy que estoy satisfecho!! Comí tanto!! Para la próxima no pongan tanto para picar…

Pero después de igual forma todos terminábamos con los platos como pirámide con comida.   

Muchas veces añadíamos tres mesas para que pudiéramos sentarnos todos juntos, recuerdo ese famoso juego de comedor blanco de plástico, el que una vez mi papá se fue a tierra; ese otro juego de comedor salmón que pertenecía a la cocina o esos tablones de madera que usábamos cuando los comensales abundaban… aún me pregunto… ¿de dónde sacábamos tanta loza?...

Estábamos por lo menos una hora y media comiendo, cuando ya sentías que no podías más, llegaba un trozo de carne “chilrriando” como decimos que te guiñaba el ojo y terminabas comiéndotelo de todas formas… Los salud, los chistes, las ensaladas, la fuente de carne iban y venían, el compartir los cubiertos era parte de la tradición. Más de una vez alguien decía “quedé como la reina de Barraza” (por historia de lo que dijo la Reina de Barraza: “quedé sudá como yegua y rellena hasta las retetas”).

En mi familia no se conversa… se grita… cualquiera que nos escucha desde afuera creería que estamos peleando, pero no… somos así y así nos respetamos, nos amamos y nos reímos de nosotros mismos. Es tanto así que donde trabajamos nos tiran la talla diciéndonos que si estamos en la feria… es un temón!.

Si terminabas y descuidabas tu plato, mi madre te repletaba el plato de carne, y eso era pan de cada domingo.

Luego venía el infaltable postre… mi mamá siempre nos deleitaba con algo rico, tiene unas manos de monja… realmente impresionante... Todos estábamos que explotábamos pero al postre jamás se le decía que no. Algo que recuerdo muy bien, es que mi padre siempre molestaba a mi mamá y le decía “está rico María pero no lo haga más”, pero de igual forma terminaba raspando la fuente.

La sobremesa se extendía hasta la hora de onces, era realmente entretenida; entre bajativos, aguas de hierba, cafecitos, cigarrillos, puros, charlas, juegos, las horas corrían sin siquiera darnos cuenta, y así transcurrieron mis maravillosos e imborrables domingos…

No solo celebrábamos el 15 de mayo el día de la familia, sino que todos los domingos del año… Como dice la canción de Pimpinela… “Quiero brindar por mi gente sencilla, de corazón, BRINDO POR LA FAMILIA